¡FELIZ NAVIDAD Y 2023!
Desde lo más profundo de mi Ser: ¡Bendiciones y Paz en todos los lugares del Planeta!
Y mi regalo navideño para vosotr@s: mis queridos lectores, seguidores y amigos:
Uno de mis relatos inéditos, que espero os guste y lo compartais.
<<NEW YORK... New York... O la magia de la Navidad>>.
NEW YORK… New York… O la magia de la Navidad
Faltan unos días para Navidad, y el termómetro no supera los cinco grados centígrados. Los cielos están cenicientos y, por momentos, la presión atmosférica se siente más y más pesada, como si estrangulara, creando un ambiente, en general, plomizo, intenso… Se avecina una tormenta de frío y viento en toda la costa noreste de América. Los medios de comunicación no cesan de dar una y otra vez la noticia. Anuncian nevadas sin interrupción durante varios días y Alan Morris quiere trasladarse a su nuevo apartamento antes de que la nieve se lo impida. Por ello, se apremia él mismo con los últimos detalles. Moving Home, la compañía de mudanzas, hace unos días que se ha llevado sus ropas, sus libros, algunos muebles… y también todo aquello innecesario que ha ido depositando en bolsas de plástico para la basura: figuras de porcelana, unos bongos y una pandereta que, en su día, haciendo uso de su potencialidad creativa decoró con un gran corazón.
Desea empezar una vida nueva, dejar de sufrir, salir del atolladero y quitarse de encima una tras otra las armaduras con las que ha librado incesantes batallas. Desea aprender a mirar su realidad, tal cual es, en estos momentos de su vida. Aceptar la triste y enigmática desaparición de su padre. Dejar de sentirse culpable. ¡Cuántas veces se ha culpado por ello! ¡Cuántas veces se ha culpado por su personalidad dispersa y disoluta! Si le hubiese prestado más atención… quizás su padre no… A veces, le hubiese gustado tener unos polvos mágicos con los que borrar las huellas del ambiguo e indefinido camino que ha transitado durante toda su vida. Ahora ha empezado a entender, gracias a la ayuda de expertos, que al fin y al cabo todos los acontecimientos de su vida son simples metamorfosis, cambios, transformaciones más que necesarias. Y esta va a ser una de las más relevantes. Su nuevo hogar marcará un nuevo comienzo. ¡Está seguro! Satisfecho por hoy, cierra las ventanas. Echa, pensativo, una última mirada al exterior. El frío no es óbice para que miles, millones de personas sigan transitando con total normalidad por las calles de “la ciudad que nunca duerme” y que, desde hace unas semanas, brilla con los inicios de unos tiempos cargados de lirismo, melancolía, nostalgia, compasión, amor, gracia lúdica, desenfado cromático de luces y juguetes y regalos y… <<Quizás vaya un rato a Times Square –piensa—. O quizá, a la Quinta Avenida, al Rockefeller Center>>, con su gran árbol de navidad y la pista de patinaje frente a su entrada principal, repleto de turistas que, camuflados bajo sus gorros y bufandas hasta perder la identidad, intentan pergeñar ávidamente, con sus cámaras fotográficas, el destello de la luz de una estrella fugaz, una bola de navidad, un ángel anunciador, sobre los grandes edificios de cemento y cristal.
La Navidad para Alan Morris está cargada de
fetichismo. Es mágica. No en vano, las cosas buenas siempre le han sucedido en
Navidad. Por el momento, ¡empieza una nueva vida en su nuevo apartamento!
En el otro extremo de la “Gran Manzana”, no todos piensan y sienten igual. Estos tiempos navideños se tornan más despiadados, inhóspitos, salvajes y violentos para todos aquellos que no tienen techo; para todos aquellos de la vida callejera y las bandas de ladrones y delincuentes. Para todos aquellos que, frente a la levedad y refinamiento del otro lado, solo tienen la cartografía de una carencia afectiva en perpetuo desamparo y desconcierto.
La vida en esta parte de El Bronx es cada vez más difícil. El estado de deterioro alcanzado es extremo: edificios desvencijados, coches abandonados, basuras, roedores… Hombres y mujeres vagabundos, alcohólicos, drogadictos, sin papeles, sin identidad, que no tienen para comer excepto el caldo caliente y el trozo de pan que reciben algunos días de las casas de la caridad, o, con mucha suerte, una hamburguesa de un cubo de basura. Hombres y mujeres que no tienen un minuto de descanso, ni un minuto robado para la vida privada, por temor a que otros le rajen el estómago para robarle un mendrugo de pan, una prenda de abrigo, unos zapatos, un cigarrillo… No confían en nadie salvo en ellos mismos.
Alguien ha mencionado Painter1. Cada vez que pronuncian ese nombre lo hacen con un silbido tétrico. Le temen y mucho. Es joven y violento. Y en momentos de locura e inspiración pinta grafismos y textos en las paredes, cargados de exasperación y reproche: <<New York: Home to everyone from everywhere! Same old shit! Same old shit!>>2 Viene de mal talante dando patadas y puntapiés a todo lo que le sale al paso. Esta tarde ha llegado tarde a la casa de la caridad y se ha quedado sin ración. Está hambriento y tiene frío. Se acerca a un grupo de vagabundos que se está calentando alrededor de un mísero fuego que han preparado con andrajos y papeles. Nadie le mira a la cara. Saben que una mirada puede costarles la vida. Pregunta si tienen algo de comer. No contestan. Solo sacuden la cabeza negativamente. Se dirige a otro grupo que se reparte una botella de alcohol. Les intimida tan solo con su presencia y le ofrecen la botella. Bebe hasta la última gota. Luego estalla la botella contra el suelo. Quiere dormir y busca el sitio más cálido dentro del edificio en ruinas que tienen frente a ellos. Tras una pared sombría y sucia, debajo de unas vigas de hierro, vislumbra unos cartones. Se acerca y observa que, bajo los cartones, hay un viejo durmiendo. Lleva una larga barba y los cabellos blancos semicubiertos por un gorro de lana negro que le tapa su mugrienta frente. En realidad, una costra negra de suciedad le tapa la cara. No sabe quién es. Pero no le importa. Sin piedad le coge de un pie y lo arrastra fuera.
—¡Vamos, mueve tu culo, cabrón! ¡Largo de aquí! ¡Fuera! ¡Este sitio es mío!
El viejo vagabundo turbado por el impactante e inesperado tirón y los gritos del fenómeno que tiene delante, hace el intento de levantarse. Mas, antes de que pueda incorporarse totalmente, recibe un puntapié en los riñones que lo vuelve a lanzar sobre el mugriento suelo. Painter, tras escupirle con vehemencia, se da la vuelta victorioso y, arreglando de nuevo los usurpados cartones, se arrebuja en el lecho del viejo. Pocos segundos después el viejo vagabundo, haciendo acopio de todas sus energías y sin amilanarse —con su edad tenía ya poco que perder—, se dirige al agresor y de un tirón le quita el cartón que le cubre el cuerpo. Painter, que ya había empezado a coger el sueño, se incorpora tan rápido y estruendoso como una manada de búfalos salvajes. Empieza a tirar pestes por su boca y sus ojos parecen salirse de sus coléricas órbitas. El viejo vagabundo forcejea valientemente con el cartón asido de sus manos ateridas por el frío. ¡El cartón es suyo! ¡Suyoooo!
El estrépito llega a los oídos de los vagabundos que están en el exterior. Algunos, los más curiosos y temerarios, se aproximan sigilosamente al edificio para ver qué sucede. Otros, sin embargo, permanecen impasibles, como si no tuvieran vista ni oídos. Saben estar en el mundo externo sin sentidos.
—¡Eh, eh…! El viejo Printless3 le está haciendo frente a Painter —informa el primero en llegar al edificio.
—¡Que se maten de una vez! —exclama uno.
—¡Ojalá que se muera ese cabrón! —murmuran otros sobre Painter.
En uno de los forcejeos Painter pierde el equilibrio y cae de espaldas, dándose un golpe en la cabeza con una de las vigas de hierro entrecubiertas de escombros que, aleatoriamente, dibujan desniveles en el suelo del lugar. Queda paralizado en el acto.
—¡Wow! ¡Wow! El viejo Printless ha derribado a Painter —comienzan a gritar.
—Venid, venid… —animan a presenciar el gran espectáculo tan soñado por todos los del lugar.
—Eso es imposible… ¡Mala hierba nunca muere!… —escépticos hasta el último respiro no se fían en absoluto de la noticia.
El viejo vagabundo, aturdido y exhausto, se ha quedado inmóvil ante el cuerpo, aparentemente sin vida, de su agresor. En ese momento, decenas de vagabundos se agolpan sobre ellos haciendo un gran círculo. Todos quieren ver, en primera persona, al más despreciable de los humanos, a la rata más inmunda de su ghetto, derrotada y sin vida. De pronto, entre la multitud, un brazo vigoroso coge fuertemente al viejo vagabundo y tira de él. El viejo vagabundo resopla emitiendo un largo quejido. Posiblemente el tirón le ha hecho consciente de su cuerpo dolorido y maltrecho por la pelea. Siente otro tirón, más fuerte que el anterior, sacándole definitivamente de la multitud. Ante él, esta River4, otro vagabundo de mediana edad que siempre ha sentido compasión por un viejo como él. Nunca se mete con nadie. Y no lo ha visto beber alcohol ni una sola vez. Parece un hombre ausente, enajenado o como si hubiese perdido la memoria. Aunque nunca han cruzado una palabra, toda vez que River se encontraba con el viejo Printless, sus gestos le demostraban simpatía. No solía frecuentar mucho este lugar. A él le llaman River porque nunca está quieto. Es como un río, siempre en movimiento.
—¡Vamos, vamos, tienes que huir de aquí! —le dice con voz de trueno al viejo mientras le zarandea.
El viejo le mira a los ojos y no reacciona.
—Vete al metro, piérdete por ahí… Si este malnacido se levanta ¡te matará! Huye…
River vuelve a zarandearle más enérgicamente hasta hacerle, por fin, reaccionar. Printless, con una leve mueca de agradecimiento, empieza a andar todo lo rápido que sus piernas le permiten.
—Espera, espera un momento…
River sale tras él. El viejo vagabundo se detiene.
—Toma, es tuya. Te ayudará a conseguir unas monedas.
¡Pronto será Navidad!
En sus manos, River ha puesto una pandereta que ha encontrado hoy en un vertedero de basuras. El viejo vagabundo baja sus párpados y echa a andar.
Ocho días después, River despierta bajo una montaña de periódicos. ¡Ni idea de las horas que ha dormido! Pero deben de haber sido muchas a juzgar por la intensidad de la luz que se filtra por los resquicios. Se incorpora de medio lado y, al abrir bien los ojos, ve, en uno de los periódicos, una fotografía de alguien que reconoce al instante.
—¡Jodeeer! ¡Jodeeer! —exclama atónito, mientras se rasca la cabeza repetidamente.
Se levanta de un respingo con el periódico en la mano y lee el titular: <<Encontrado el Doctor Morris, gracias a una pandereta>>. Sigue leyendo la noticia: <<El destino, muchas veces caprichoso y enigmático, ha querido que, después de dos años de su extraña desaparición, el Doctor Morris fuera hallado por su propio hijo Alan en la boca del metro de la Avenida Lexington–Calle 63. Alan reconoció su antigua pandereta, decorada con un gran corazón, en las manos de un vagabundo que resultó ser su padre. El Doctor Morris, en un estado deplorable y maltrecho, ha sido ingresado en el hospital… Su hijo Alan ha dado muestras de una ingente felicidad tras el inesperado encuentro…>>.
River no sigue leyendo. Es suficiente. Suficiente para sentirse, por primera vez en su vida, satisfecho y orgulloso de sí mismo. <<¡Cuánta magia tiene la vida! ¡Cuánta magia, joder!>>, se repite para sus adentros. Y empieza a caminar buscando una dirección mientras tatarea New York, New York… Start spreadin' the news,/ I'm leavin' today/I want to be a part of it,/ New York, New York…
Relato inédito.
Autora: Emi Zanón
16/12/22
[1] “El Pintor”.
[2] Nueva York: Hogar para cualquiera de cualquier lugar. ¡La misma vieja mierda! ¡La misma porquería!
[3] “El sin
huellas”.
[4] “El Río”.
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